Parte I:
No soy de los que les gusta el fin de semana. Prefiero un mundo irascible y caótico, así la tranquilidad y la paz demandan ser halladas, te incita a caminar y encontrarlas. Y soy de los que camina y encuentra. Por eso, cada fin de semana tomo mi maleta, mi libro, mi portátil y me voy a algún lugar, lejano, donde pueda estar alejado de un mundo tranquilo o mentiroso.
El domingo en la mañana debía salir, pero los quehaceres, los contratiempos y, debo aceptarlo, la pereza, me arrimaron a estar en casa.
A mi lado estaba mi sobrina y yo, mientras ultimaba algunos detalles que dejé aplazados en el trabajo, la veía jugar. Ella sueña con ser profesora, así que cada vez que nos vemos, me pide un tablero y un marcador. Ese día había tablero para escribir, pero no había marcador y sin más, salimos a comprar uno.
El barrio estaba desolado, las tiendas cerradas hacían que el día entrara en un sopor del cual no estoy acostumbrado, no en la ciudad, no en Bogotá, donde parece que el tiempo tomara impulso y redoblara su velocidad. Al sumarle a eso, el hecho que hacía un sol tremebundo y conquistador, era muestra que la ciudad estaba muy alejada de su esencia. No obstante, caminé con mi sobrina quien me tomaba de la mano.
Cruzamos el parque y entramos a un almacén grande. Pasamos por cada pasillo que tenía anaqueles llenos de productos, pero no de marcadores. Salimos de ahí, cruzamos la calle y conseguimos, en una tienda uno. Pero, en mi labor de buen tío, le dije a mi sobrina que debía preguntar en otro lado, que en ocasiones los mismos productos eran vendidos más costosos en un lugar que en otro.
Caminamos unos pasos más adelante y entramos a una tienda. Hasta ahora, no había pasado que el entrar a una tienda cualquiera me dejara paralizado. No había razón para que eso pasara, pero esta vez fue así, encontré un argumento en un par de ojos sencillos y expresivos. Ese tipo de golpes de la vida, que te toman sin previo aviso, suponen una prueba a tus sentidos.
Generalmente hay dos opciones: O te consumen los nervios y actúas indebidamente o manejas la situación y tus sensaciones que no dejan de cosquillear por todo tu cuerpo y te aferras a tu instinto. Hice la segunda, sin saber cómo. La mujer que atendía era, seguramente la mujer más bella que había visto.